> La invasión de los horteras <
A Juan Bas, ese magnífico escritor bilbaíno del que hablábamos en el anterior Pasacalles, no le van los horteras. A un servidor, educado en el tradicional y esquisito gusto bilbaíno por lo inglés, tampoco. De hecho no me van ni los horteras por abajo ni los horteras por arriba, que no suelen ser otros que esos a quienes denominados comunmente pijos. Es más, la única concesión que me suelo permitir, en este sentido, consiste en acompañarme de algún que otro amigo con claras tendencias caracteriales kisch y en echar un vistazo de vez en cuando a las colecciones claramente horteras de algunos amables conocidos.
Mas como no es mi intención alargarme en preámbulos innecesarios, voy a dejar directamente que sea Bas quien, a través de otro de los Vuelos cortos de un txinbo, nos narre las andanzas de la mencionada fauna en " La invasión de los horteras" por la GranVía bilbaína.
Ayer me crucé por la calle con un personaje de uno de mis cuentos. Era igual que el puliento turista inglés que bauticé como Esponja Bob. Sobre todo su atuendo, era casi calcado. A saber: gorra con la Union Jack y la visera al revés para que se le notara bien que se parecía a la mujer de Tony Blair, camiseta sin mangas con el lema Mother fucker (Esponja Bob llevaba un pez con ojos de globo y la leyenda Drink like a fish), pantalones caqui hasta la rodilla con unos doscientos bolsillos y sandalias de franciscano con calcetines color pistacho.
Tan brutal visión me mareó y me tuve que sentar en un banco a la sombra. Ya puestos, me dediqué a observar un rato cómo se disfraza la tropa en agosto. Antes, sólo hacían el alarde de horterez los turistas, los guiris. Ahora, el número de sujetos y sujetas que parecen vestidos por el sombrerero loco de Alicia es legión tanto entre foráneos como entre nativos.
A ver qué se acercaba por mi improvisado observatorio, teniendo en cuenta la limitación de que la Gran Vía de Bilbao no canaliza el ingente y variopinto río humano de Las Ramblas de Barcelona, por ejemplo. A pesar del Guggenheim y con perdón.
Tras Esponja Bob, pasó por delante uno de los especímenes que también abundan cuando se caen las moscas de calor, el turista atérmico: pantalones de pana amarillos hasta medio tobillo, chaqueta de tweed con coderas y camisa escocesa de franela; a pocos cuerpos de distancia, una jovial gorda de ubres fellinianas que, ausentes de sujetador, se bamboleaban bajo una blusa con vacas estampadas de un modo que tuvieron que captar los sismógrafos; casi a la par, un cachas con una camiseta de rejilla estilo Tom Jones; seguido, una jovencita con los zapatos de Frankenstein; adelantándola, una turista sin duda yanqui con los pantalones de Obelix; a la par, un chaval con lucecitas en las playeras; al rato, una maciza con pantalones de chándal y sandalias de tacón de aguja; de repente, otro tipo de horteras: camisa rosa con cuello blanco, nudo de corbata Windsor y cabello engominado con cascada de rizos en la nuca; acompañándole, el canon marbellí: bronceado extremo, camisa negra desabotonada hasta el esternón, mocasines blancos y calabrote de oro sobre el vello canoso del pecho En fin, aquello podía ser tan variado como la biblioteca de Babel. Los horteras estivales de todo tipo, cual invasión de los ultracuerpos, toman las ciudades.
Me aburrí de la inacabable observación, me levanté del banco y me fui con la música a otra parte. No sin antes gruñir a unos críos que me señalaban y se reían, no sé si por la camisa hawaiana que me compré una mañana de resaca, el pantalón de mil rayas a la moda Bilbao años cincuenta, los zuecos rojos o las gafas de sol color verde botella igualitas a las que se calzaban los maderos de la brigada político-social franquista.
Fuente: Vivir en Verano / Cultura / El Correo. Miércoles, 20 de agosto de 2003. Artículo de Juan Bas, que se suma a los Vuelos cortos de un txinbo.
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2003-09-18, 03:22 | 13 comentarios |