- "
Hay días en los que sería mejor no haber salido a la calle", solía decirnos mi aita, con una sonrisa en los labios, y nosotros comprendíamos que la vida, aquel día, había sido particularmente complicada.
- "
Más vale una vuelta por aquí que dos por la Gran Vía (la bilbaína, aclaro)", comentaba con un guiño de picardía, mientras rebañaba con un pedazo de pan alguna de las excelentes salsas, con que mi amama solía acompañar sus platos.
- "
Vaya, vaya, vamos a ver cuantos han dejado de fumar hoy", solía añadir, cuando al finalizar la comida, se ponía a hojear el periódico y topaba con la zona destinada a las necrológicas.
Muchas veces, hay situaciones en la vida que nos traen brutalmente a la memoria aquellos lugares de la infancia y a quienes ya solamente pueden acompañarnos desde el ayer de nuestras vidas con el recuerdo de sus palabras y actos.
El
Pasacalles de Gargantua, de hoy está precisamente dedicado a la remembranza de uno de esos recuerdos del ayer, forzados por lo inesperado del hoy; ese que, a veces, nos golpea y asalta sin previo aviso.
Este pasado fin de semana, decidí repasar periódicos atrasados para espulgarlos de las noticias de mi interés; hábito que tengo, según mi compañera, muy mal adquirido.
No había recorrido ni tres páginas cuando surgió ante mis ojos un rostro amigo y amable; la cara de una de esas personas a quien hace tiempo que no se ha visto pero a quien se mantiene como referente emocional de la normalidad de nuestro entorno vital.
Al principio, nada más verlo, me alegré pensando que si
José María estaba en las páginas del periódico no podría ser más que por algún buen motivo. Desgraciadamente, me equivoqué de plano.
Boulandier, se había muerto hacía casi un mes y yo me enteraba ahora de una forma tan brutal; así, mirándole a los ojos, retratados en la fotografía que El Correo traía publicada, como acompañamiento de una especie de obituario; postrer homenaje a su figura.
El cronista hacía referencia a que
José María Boulandier era el fundador de la
Librería Totem de
Bilbao, sita en la
C/ Alameda de San Mamés, 24 - 48010 de Bilbao; un navío al que había dedicado, junto con su mujer -magnífico timonel, siempre bien dispuesta para el trabajo-, gran parte de su vida y del que ni hacía un año que se habían desembarcado, dejándo la caña del timón en las manos de su hija.
Las letras iban saltando ante mis ojos, recorriendo distintas facetas de su vida: que si siempre fue "
un enamorado de los tebeos, eso que ahora llaman cómic"; que si dejaba "
un legado de los más importantes de Vizcaya en este tipo de literatura como fundador de la librería Totem"; que si desde "
pequeño, devoraba toda clase de tebeos, aunque no fue hasta la década de los setenta cuando tuvo la oportunidad de abrir su negocio"; que si "
trabajaba en lo que le gustaba, un comercio con cómics actuales y antiguos"; que si "
le gratificaba tratar con coleccionistas"; y así un largo etcétera de datos personales y familiares que no viene al cuento traer a este Pasacalles.
Siempre he pensado que las reseñas necrológicas, teniendo en cuenta que hablan de alguien que no puede ya defenderse por estar al otro lado de la laguna Estigia, rara vez hacen justicia a la figura real del ensalzado. Tengo la impresión de que el fallo consiste en que los necrólogos nos retratan a la persona extinta como una especie de bodegón de invierno, una representación de naturaleza muerta a la que se le niega cualquier rasgo vital; negación que conlleva la alienación de esos pequeños, cotidianos y minimalistas rasgos de humanidad, que son precisamente los que nos hacen seguir presentes en la memoria de los nuestros. Las grandes obras, las frases grandilocuentes y los hechos exagerados se los acaba llevando el viento de la vida, muriendo deformados por el tiempo, pero el roce de un beso en la frente, el de la mano de un padre o de una madre en la mejilla, el abrazo protector que envuelve al hijo cuando enferma o tiene una pesadilla, eso son rasgos que perduran eternamente en nuestra memoria. Así, las necrológicas se acaban convirtiéndose en un obituario de las pequeñas experiencias del día a día.
El caso es que conocí a Boulandier hace unos 24 años aproximadamente. Cuando entré por primera vez en su tienda lo encontré con sus eternas gafas de buscador de secretos, inmerso en las miles de cajas (seguramente que habría aún más, quizás cientos de miles) que se apilaban por las mesas, los mostradores, el suelo, las estanterías y la entreplanta de Totem.
Me encontraba por aquel entonces en la
Universidad de Deusto y entré de la mano de un amigo y compañero, muy aficionado al comic y al TBO, en busca de unos números que me faltaban para completar mi colección de
1984 -posteriormente, al llegar al fatídico año- transformada en
Zona 84-, una de las revistas de referencia en aquella época, junto al
Víbora, el
Creepy, el
Totem, el
Metal Hurlant, el
Rampa y alguna otra, que seguramente se me olvida.
Allí, entre las cajas, merced al arte de Boulandier y a su tesón de localizador de revistas huérfanas de cariño, fue que conocí a la atractiva
Valentina y a
Guido Crepax, al intrépido
Corto Maltés, a la
Venexiana Stevenson y a
Hugo Pratt , al gánster
Luca Torelli, conocido en los bajos fondos por el alias de "
Torpedo", y a sus dos compinches
Enrique Sánchez Abuli y
Jordi Bernet, a los niños desnutridos, apaleados y pelados por el maldito
Movimiento en
Paracuellos del Jarama y a su valedor
Carlos Giménez, al macho culturista
Ranxerox y a su usufructuaria
Lubna, al en principio nudista
Den y a
Richard Corben con su
mundo mutante, a los
ciudadanos semidioses futuristas y a
Moebius, a
Alef-Thau, a los
Metabarones y a
Alejandro Jodoroswky, a
El Gato Fritz, a
Mister Natural y al propio rey del underground
Robert Crumb quien nos narró, en más de una ocasión, magníficamente por cierto, la
Historia de su vida, a
Mister Blueberry con
Red Neck,
Jimmy McLur y su lugarteniente
Jean Giraud, a los entrañables y no tan entrañables personajes de las
Historias de la Taberna Galáctica -nada o poco que ver con la
Taberna del Olvido-, a los oníricos y atormentados entes de
La Muralla y a
José Mª Bea, a un
Príncipe Valiente y a su escudero
Harold Foster, a los colosales y Marvelianos
Vengadores / The Avengers con
Stan Lee y
Jack Kirby, a la
carnal,
voluptuosa y
espectacular Drunna y a su
acompañante mutante Paolo Eleuteri-Serpieri, a
Urania y a
Esteban Maroto con sus
sadoguerreras, a
The Spirit y al inigualable
Will Eisner, a un montón de
jóvenes y bellas mujeres acompañadas de
Milo Manara y de un singular
Click así como a un larguísimo elenco de intrépidos aventureros, mundos imposibles, buscavidas pendencieros, villanos, héroes, chicas alegres, monstruos inimaginables, historias, al fin y al cabo, que, cual fruta madura, se fueron desgranando, durante años, desde aquellos estantes y cajas para caer en mis manos, unas manos ávidas de sueños inalcanzables.
Ha sido un fin de semana triste y lluvioso pero repleto, a su vez, de amables recuerdos, de olores a tinta fresca, a papel impreso y también, como no, del tacto áspero del polvo que guarnece el sueño de todo libro viejo.
Boulandier se nos ha ido, como Corto Maltés, siempre caminando hacia el horizonte, rodeado del señorial vuelo de las gaviotas, en pos de nuevas aventuras y es que, como ya dijera el propio
Hugo Pratt:
"En un mundo donde todo es electrónico, donde todo se encuentra calculado e industrializado, no hay lugar para un tipo como Corto Maltese".