Mónica Gómez es una bilbaína emprendedora, una mujer que tiene una tienda de ropas en Gregorio de la Revilla, una de las calles del centro de nuestra villa, en la que proliferan los pequeños negocios.
El caso es que Mónica nos cuenta hoy su historia en uno de estos Pasacalles de Gargantua porque ¡creánme amigos! su relato merece ser escuchado.
Resulta que a Mónica le roban en su tienda de ropa. Y no le roban una, ni dos, sino tres veces en menos de un año y claro eso encabrona al más pintado, sobre todo si al hecho de que a uno le levanten los ladrones el producto de su esfuerzo se une la incompetencia de los organismos públicos y de las instancias judiciales para resolver, adecuadamente, su problema.
El último robo, nos cuenta Mónica que fue cometido el pasado 8 de enero. En esta ocasión, el amigo de lo ajeno no se complicó demasiado la vida, ni se anduvo con demasiados remilgos, para realizar con un mínimo de profesionalidad su trabajo de pirata.¡Que va! El tipo "salao" se apropió de la tapa de una alcantarilla cercana y, directamente, la emprendió a golpes contra la luna del escaparate hasta conseguir romperla y hacerse, a través del boquete, con la caja registradora. ¡Un verdadero artista del latrocinio, vamos!
Hasta aquí nada fuera de lo común, nada que se salga de lo habitual en la vida de un honrado comerciante, si no fuera por lo que nos relató a continuación.
El caso es que la caja registradora apareció, esa misma noche, abandonada en el Barrio de Mazustegui, vaciada de su contenido y con manchas de sangre. Al poco la policía detuvo a un tipo sospechoso que, además de llevar cortada la mano, tenía en el bolsillo casi la misma cantidad que se encontraba en la caja registradora: a saber, 275'40 euros, unas 45.823 pesetillas de las de antes.
Se me olvidaba. En el momento de la detención, realizada en la Plaza Aita Donosti, el sospechoso se apeaba de un coche robado. Así que se inició el proceso habitual de detención, puesta a disposición judicial y... el magistrado de guardia que va y decreta su inmediata puesta en libertad. Como pueden ver, nada fuera de lo habitual.
Nuestra amiga comerciante interpuso la oportuna reclamación, ante el Juzgado de Instrucción nº 5 de Bilbao, con el fin de que se le devolviese el dinerillo que, además de presuponerse que era suyo, para llegar a fin de mes no le viene nada mal a nadie.
Sin embargo, como dice el cuento, otros se comieron las perdices y a Mónica le dieron con el plato en las narices.
Dejemos que nos lo cuente la interesada.
Resulta que el juez consideró que no se le podía imputar el robo, al tipo que detuvieron cuando se apeaba del coche robado, y decidió archivar el caso. El buen hombre podía haber ordenado la apertura de diligencias y quizás la realización de alguna prueba forense, como un pequeño análisis de comparación de ADN entre la sangre del roba coches y la de la caja registradora o quizás la realización de un informe sobre cierta huella dactilar que había quedado, perfectamente impresa, sobre el escaparate destrozado de la tienda de Mónica. Una huella dactilar sobre la que, todo hay que decirlo, trabajó toda la noche un equipo de la policía científica de la Ertzantza.
Claro que el juez decidió, según parece, que no merecía la pena complicarse demasiado la vida y que, total por 275'40 euros - teniendo en cuenta que eso para un juez es calderilla - para qué tomarse todo ese trabajo.
Pues bien, los indicios aportados no han resultado ser suficientes para mantener abiertas las diligencias y, ni corto ni perezoso, el juez decidió convocar al presunto caco ¿a que no adivinan para qué? Pues sí señores y señoras ¡para devolverle los 275'40 euros que le habían sido decomisados!
Coge el dinero y corre debió de pensar nuestro atracador de la alcantarilla.
A Mónica la cosa le ha salido cara. Hasta la fecha 1 kilo de los de antes por los tres robos y además, al haber denunciado el robo, un importante retraso en el cobro del seguro.
Nuestra amiga confiesa haber aprendido la lección y que hay que llamar siempre a la policía pero ¡para que no acudan!
¿Menuda historia verdad? Pues no acaba ahí la cosa.
Ahora resulta que a Mónica, esa joven bilbainita emprendedora y autoempleada, le envía el Gobierno Vasco una cartita, a través de su Departamento de Interior, para informarle de que si vuelve a dar una "falsa alarma de robo" (según ellos sería la tercera) piensan multarle con la bonita suma de 3.000 euros, lo que al cambio en moneda extinta supone casi el medio kilito (499.158 ptas).
Lo mejor de todo es que a Mónica, como a cualquier otro comerciante, estoy por apostar que puntualmente le cobran - con el correspondiente recargo, si se retrasa en el pago - sus impuestos de radicación, de actividades económicas, de sociedades, patrimoniales, IRPF, etc...
¿Verdad que parece kafkiana esta historia?
Pues ya saben amigos que la realidad no dejará nunca de sorprendernos, sobre todo a la pobre Mónica Gómez, conciudadana autoempleada, a la que envío desde aquí mi más sincero pésame por la ineptitud de las autoridades que nos toca copadecer.
Fuente: Ciudadanos / El Correo. Martes, 11 de Marzo de 2003. Basado en un artículo de Ainhoa De Las Heras
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