> Cuando la llamada de Cthulhu recorrió Ihn-Dhau-Chu <
Soy consciente de que el relato que mis temblorosas manos apenas logran garabatear les parecerá, seguramente, el producto de los delirios de un demente o, en el mejor de los casos y si son benévolos, los desvaríos de un pobre imbécil, sumido en los balbuceos de su malformación congénita. Sé que, cuando termine de escribirlo y, finalmente, libere mi mente de la terrible carga que ahora soporta, no me quedará más remedio que saltar por esa ventana que da al vacío del patio trasero y que representa la única tranquilidad a la que puede ya aspirar mi atormentada y perdida alma.
Pero ¡no! ¡no he de distraerme! pues noto cada vez más cercana su presencia y no quisiera tener que acabar con mi vida antes de dejar escrito lo que allí sucedió realmente.
Cuando abandoné las polvorientas y húmedas estanterías de la biblioteca de la Universidad de Miskatonic, en el bilbaíno barrio de Deusto, todavía ignoraba que iba a estar a punto de perder la poca cordura que me quedaba, tras dedicar largas y fatigosas noches a realizar un profundo estudio sobre las implicaciones numerológicocabalísticas de la traducción al malayo del Necronomicón, la obra del sabio árabe loco Abdul Al Ahzred. ¡Por fin lo había logrado! ¡había descubierto cual era el destino último de la morada de los Primigenios!
¡Ah, loco atrevimiento el mío!
Fué sin duda mi desmesurado afán por el saber el que me llevó a unir mis fuerzas a otro desdichado, Julius A., el prestigioso periodista colaborador del 'Correo de Providence'; un hombre versado en los arcanos del conocimiento e interesado por los más ocultos e innombrables placeres... estoooooo, digo saberes, quien no dudó en unirse a mi alocada empresa, en cuanto le conté la naturaleza de mi descubrimiento.
Antes de iniciar nuestra empresa, decidimos reponer fuerzas en la taberna de nuestro amigo, el egipcio Ahmed Abel, para, a continuación, encaminar nuestros temerarios e inconscientes pasos hacia la boca de la fungosa galería Isalo, cuyas oscuras fauces se abren en un innombrable rincón del misterioso y lóbrego barrio de Ihn-Dhau-Chu.
Tras descender hasta una profundidad vertiginosa, que nuestra razón no se atrevía a calcular, llegamos hasta unos húmedos escalones y rampas de formas aberrantes, cuya mera contemplación provocaba un espanto de dimensiones cósmicas ¡Aquel suelo no había sido concebido para pies humanos!
Allí, en un recodo de perspectivas que desafiaban toda capacidad de raciocinio, se abrían las puertas de un templo cuya simple visión convirtió lo que quedaba de nuestra cordura en mantequilla de cacahuete. 'D Land', rezaban unas obscenas letras cuya sólo descripción no me atrevo a acometer para no despertar las iras de innombrables monstruosidades batracias que vomitan su ira de locura cósmica en los confines caóticos de un Universo de demencia, dolor y facturas de teléfono. A duras penas, creo que ya sumido en el abismo de la alienación, Julius balbuceó las blasfemas inscripciones que orlaban el nombre de aquel lugar.
Mi mano tiembla al recordar y escribir palabras como Rol, Cartas, Figuras, Estrategia, Manga, Comic y Merchandise. No cometeré la osadía de describir el despliegue de cosas innombrables que contemplaron nuestros ya delirantes ojos de orates.
Por desgracia eso no fué todo. Allí, en el centro, sobre un obsceno y fungoso altar que desafiaba las leyes de la naturaleza, se encontraba ÉL: ¡¡¡CTHULHU!!!, la deidad cósmica definitiva, el horror indescriptible al que las humanidades perdidas millones de eones atrás rendían cultos obscenos y como de mal rollo.
Movido sin duda por la locura más delirante, Julius se abalanzó danzando y cantando frenéticadamente hacia la deidad preternatural, cuando le salieron al paso una pareja de semihumanos sacerdotes, que le exigieron depositar un óbolo ritual antes de acceder a la presencia de ELLO. Pero mi amigo era un hombre versado en todo tipo de rituales arcanos y se defendió mediante un rápido y certero hechizo Visa que hizo retroceder, frotándose las manos, a los dos malignos servidores del primordial Cthulhu; quien, con un movimiento brusco y sibilante, se desplazó sobre el hombro de mi desdichado camarada, al que tan sólo tuve tiempo de fotogafiar en un postrer instante, antes de desaparecer para siempre en un abismo insondable de oscuridad y tinieblas primigenias.
En la instantánea, que adjunto como prueba a mi escrito, se le puede ver sonriendo presa de la locura y de la más absoluta de las demencias.
Sus últimas palabras, antes de ser arrastrado a la profundidad del abismo que ahora se estaba abriendo a su espalda, fueron:
"¡Mira, también tienen el bicho de 'Las montañas de la locura'!"
Este relato, escrito al alimón por los dos dementes cuyas aventuras se narran en él, inaugura una nueva sección que, bajo el nombre de Vuelos cortos de un txinbo, traerá a los Pasacalles de Gargantua una serie de narraciones, artículos, cuentos o relatos escritos por terceras personas y cuyo nexo de unión será única y exclusivamente el de su relación con nuestro querido Botxo.
Si alguien se anima ya sabe lo que tiene que hacer.
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2003-09-18, 03:22 | 27 comentarios |