
Hoy Gargantua está muy, pero que muy contento. Por decirlo en román paladino,
está que se sale. No en balde este
Pasacalles de Gargantua va a ser un pasacalles in situ, a pié de calle, mezclado entre los suyos, compartiendo la alegría que inundará la vida de esos bilbaínos descendientes de quienes un buen día, allá por el 1854, decidieron darle su razón de ser y de permanecer en este nuestro Botxo querido.
El de hoy va a ser un pasacalles alegre, un pasacalles en el que podrá salir de nuevo, desempolvado del olvido al que durante el resto del año está mayormente sometido en los talleres de Erandio, a cumplir con el ya legendario ritual de asustar y tragar niños (a fé mía que no debe haber en el mundo -excepción hecha de la de perseguir birrochitas- actividad más placentera).

Claro que ustedes se preguntarán el porqué precisamente hoy nuestro buen Gargantua va a gozar de sus privilegios.
Pues bien, hoy mismo, un año más, a pesar de la lluvia y de los calores, que durante varias semanas nos han ido acompañando y me atrevería a decir que derritiendo (en mi vida había visto yo esos 51 grados de días atrás, merced a los cuales Bilbao se había convertido en capital norteafricana), hemos vuelto a recibir, a las seis y media de la tarde y frente al teatro Arriaga, a
MariJaia; ese personaje, creado por la escultora
Mari Puri Herrero que, admirado por muchos y detractado por otros tantos, es quien, al fin y al cabo, nos sirve fielmente en esta muy Ilustre y Noble Villa de Bilbao, desde hace ya veinticinco años, de pregonero de una Semana Grande festiva que, de grande y bilbaína que es, ocupa nueve días.
Además, este año la
Aste Nagusia es un tanto especial; no ya por los miles de visitantes que, como cada año, patearán la ciudad de cabo a rabo y sudarán sus camisas por dentro y por fuera sino por que se cumple el veinticinco aniversario del comienzo de nuestra Semana Grande en su actual versión popular y participativa.

Recuerdo con añoranza aquel primer año en el que un grupo de jovenes, agrupados en torno a las comparsas, consiguieron recrear una fiesta que hasta la fecha se reducía al teatro, las barracas y los toros. Gracias a aquella propuesta de cambio, que cuajó entre una población con ganas de romper ataduras y de romería, la fiesta saltó a la calle mediante unas txoznas que hoy en día, mirando hacia atrás, a un servidor le parecen antediluvianas.
Rebuscando entre mis viejas fotos de aquella época he podido recordar como se levantaban con largos y roñados clavos de carpintería y con enormes maderos unas barras y tarimas, tras las cuales se cocía la salsa de la fiesta (delante de ellas quedaría el espacio reservado para otro tipo de cocidos y cocidas), que nada tienen que ver con los modernos montajes que hoy en día realizan las comparsas.
Sabido es que
los tiempos corren que es una barbaridad y, según mi modesto parecer, generalmente para mejor (aunque con ello contradiga esa frase memela de que siempre tiempos pasados fueron mejores).
Así, si bien es cierto que algunas de aquellas imágenes de antaño nos trasladan a tiempos en los que la vida llevaba un ritmo más tranquilo y apacible no es menos cierto que los actuales son bastante más divertidos, llenos de posibilidades y sobre todo mucho más festivos que aquellos. Baste como muestra de que lo que digo es cierto la comparativa entre estas dos imágenes y díganme ustedes sinceramente si echarían marcha atrás la moviola de nuestra Villa.
El caso es que no quiero pecar tan pronto de pesado, pues no acaban mas que de empezar la juerga, así que, si les parece, les dejaré con el cartel de este año y con nuestro programa de fiestas (pinchen encima) para que, si deciden pasarse por Bilbao, puedan ustedes mismos servirse a su antojo y degustar de las esquisiteces que les deparará nuestra villa.
A mí probablemente, aunque me busquen, no me encuentren.
Estaré sumergido entre las cazuelas mañaneras de los concursos del Arenal, las bilbainadas de la plaza Bizkaia, el desfile de la ballena, la txozna de Txomin Barullo (comparsa entre todas las comparsas), los fuegos artificiales, los toros de fuego que, a falta de vaquillas y de sokamuturra, espero correr un año más, las terracitas del Ensanche, los bares de mi queridísimo Indautxu, alguna que otra cenorra con los amigotes, el chocolate del desayuno tras la gaupasa, la Taberna alemana de mis amigos los Thate, la Pequeña Habana con su sabrosura de cocina y son cubanos, los aromas a fiesta, a habano, a hembra, los bocatas nocturnos en Uribitarte, el kalimotxo, el siempre presente olor a meados del recinto festivo, la incontenible marea humana, la... en dos palabras...
Aste Nagusia